Saturday, February 21, 2015

EL BUEN NEGOCIO: ECONOMÍA DE LA CULTURA


Si nos proponemos en este blog reflexionar desde diversas perspectivas sobre la música y estética musical, conviene analizar, al menos someramente, el contexto social económico e ideológico en que se produce y desarrolla la música en la sociedad contemporánea. Lo haremos desde un enfoque distinto: antes que hablar de economía y cultura, como planos distintos y separados, como infraestructura y superestructura, vamos a situarnos ante la economía de la cultura como una realidad integrada e integradora, desde una perspectiva ética.

 

EL BUEN NEGOCIO: ECONOMÍA DE LA CULTURA.

La palabra “ocio” no fue una palabra mala para los romanos, sino un término que designaba tiempo libre, de puro placer e inacción.  Los nobles tenían “derecho al ocio”. “Negocio” (nec otium) es antónimo de “ocio” y quiere decir ocupación, trabajo, deber, como también empresa.  El negotiosus es el hombre atareado, con quehaceres, trabajo y responsabilidades permanentes. El otiosus es aquel cuyo tiempo está libre, pues no tiene obligaciones, tareas o responsabilidades que cumplir, no necesariamente quien teniéndolas es renuente a ejecutarlas.  La acepción de “negocio”, como la actividad destinada exclusivamente a ganar dinero para disfrute personal, es limitada.  Y si “ocio” es hoy una mala palabra, paradójicamente  “negocio” lo es también, aunque en menor medida, para calificar ciertas labores aparentemente desvirtuadas, que debieron concebirse como altruistas: “convirtieron la obra de bien social en un negocio”.  

Bajo un concepto de eficiencia, tanto las empresas como las “Non Profit Corporation”, hoy acertadamente denominadas B Corporation (Benefit Corporation), deben ser rentables, sostenibles, es decir, deben ser “un buen negocio”. En el primer caso  -el de las empresas- el negocio está destinado a ganar dinero para beneficio de los socios inversionistas de una actividad productiva: el fin de la empresa es ganar dinero. En el segundo caso – el de las B Corporation- el negocio está destinado a producir  beneficios económicos para una actividad de bien social, de índole cultural o educativa, por ejemplo.  La transparencia y la ética evitan que en ambos casos “negocio” sea una mala palabra, o que algo concebido para un propósito se desnaturalice, o se desvirtúe. 

La política es y debe ser también un negocio, es decir una ocupación, trabajo y deber permanente. El negocio de la política, debe dirigirse al bien común, a producir bienestar y justicia social fundamentalmente.   Es impensable que pueda ser hoy una actividad para aquellos que no tienen nada que hacer, o quienes no tienen que trabajar gracias a la fortuna que poseen. Estos “afortunados”, terminan por lo general defendiendo sus intereses o los de los grupos socio- económicos a los que pertenecen.  Es preferible que la sociedad contemporánea cuente con políticos profesionales, especializados, capaces de abordar éticamente el negocio de la política. 

El negocio de la cultura, por otro lado,  está llamado a hacer sostenible la creatividad, la inventiva y la investigación, en todos los campos en que estas se aplican; desde los que se consideran eminentemente utilitarios y propios de las necesidades prácticas de la vida humana y social, hasta los eminentemente “no utilitarias”;  es decir,  la producción de “objetos inútiles” – las obras de arte-  que precisamente valen, por ser “inútiles”,  es decir valiosos en sí,  no por no estar condicionados a un determinado uso y utilidad práctica, como son los objetos que expiran en su  valor al ser reemplazables por otros “más útiles”.   Sería profundamente injusto que solamente puedan acceder a la posibilidad de crear, y disfrutar de la práctica del arte, aquellos que poseen una fortuna. Hay que hacer viable la cultura como negocio, para precisamente favorecer el amplio acceso a sus beneficios y a su creación.  Es profundamente injusto e irresponsable, exigirles a los artistas, a los intelectuales, a los docentes, que trabajen por amor al arte, o que se sacrifiquen por el bien común. La sociedad debe crear las condiciones para que el trabajo que realizan sea lo mejor remunerado posible. Ellos pagarían por hacer lo que hacen, pero es un abuso tremendo aprovechar de la pasión y la entrega que ponen y otorgan. No se les paga por lo que producen, que generalmente es invalorable, sino para que puedan dedicarse a producir: esa es la base del negocio de la cultura, de la economía de la cultura.   

Los empresarios, políticos, intelectuales y artistas deben entender que forman parte de una gran economía: la economía de la cultura, es decir del conjunto de actividades que hacen al hombre más humano y a le dan mayor sentido a la vida social. Hay que propiciar  alianzas estratégicas, destinadas en un caso - el de los empresarios-  a ganar dinero para su propio beneficio, pero también para el bien común.  Los empresarios tienen que aprender a invertir en el bien común, que a la larga, y a veces prontamente, les genera mayores beneficios para sí mismos.

Los intelectuales y artistas deben dejar de ver a los empresarios como “viles negociantes”, y  deben entender que ellos también forman parte de una economía; que la cultura es una forma de economía, o la economía una expresión de la cultura; que ellos también deben ser eficientes: De ningún nodo dejan de ser fieles a su arte por ser eficientes. Aunque por la propia naturaleza de su actividad pueden tomarse un mayor tiempo en  fabricar los bienes esencialmente “inútiles”, pero de excepcional valor que producen.

Los políticos deben entender que el éxito de su negocio está en ser justos y honrados; en saber crear las condiciones para el bien común, es decir,  lograr que la sociedad sea más justa para bien de todos. La sociedad los reconocerá por ello. No será cuestionable el costo de la política, por el beneficio que está conlleva.

La ética no se opone a los negocios buenos, sino que los hace más eficientes. Y, finalmente, todos, sea cual sea nuestro negocio, debemos entender que el bien propio, intrínsecamente, no está de modo alguno opuesto al bien común. El bien común es la suma de los bienes personales, no incluye el mal de nadie.

José Quezada Macchiavello
Director General de LIMA TRIUMPHANTE   

 

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