Monday, February 9, 2015

LA GRAN MÚSICA

En Occidente, han crecido en paralelo la creación musical y la reflexión filosófica sobre la música como arte, y la teoría de la percepción de la belleza, específicamente de la belleza musical, que es el ámbito de la Estética. A partir del Renacimiento, se fue produciendo un reconocimiento social a la capacidad creativa, individual y original, de los que inventaban la música. Retomo aquí una idea de Igor Stravinski, que decía que prefería que lo llamaran inventor de música antes que compositor.  Pero el reconocimiento social del talento, del genio, se fue alimentando, como también alimentó, el reconocimiento personal del compositor sobre sí mismo y su capacidad de convertirse en una voz original, que sin alejarse de la práctica común y de la suerte de idioma musical colectivo, de su época y de su propio medio, le permitían distinguirse.  

En el marco de esta dialéctica entre lo individual y lo colectivo, se fue produciendo una cultura musical muy rica: con unas técnicas cada vez más sofisticadas, con unas teorías compositivas – que siempre fueron posteriores a la práctica - y con una estética que iba abriéndose límites, dándole cada vez más libertad de expansión a la belleza musical y al desarrollo del lenguaje.

El compositor norteamericano Walter Piston (1894-1976),  introdujo el concepto del “periodo de la práctica común”,  para denominar a la gran cultura musical, “la Gran Tradición”, como la denominaba el compositor argentino Alberto Ginastera (1916-1983),  que se produjo entre 1600 y 1900. Personalmente creo que habría que ampliar los límites de este periodo,  con el inicio más en 1500 que en 1600, y con una extensión que llega al menos – simbólicamente- hasta 1914, cuando la primera guerra mundial, la gran guerra europea, desató una crisis latente de los valores culturales de Occidente y, en el ámbito de la música, empezaron a manifestarse y crecer otras maneras de producirla.  Al margen de la gran tradición, contra ella, o a partir de ella, Occidente empezó a reconocer que existían distintas prácticas.  Antes que hablar de la Música, se empezaba a hablar de “las músicas”.

No vamos a agotar en unas cuantas líneas que significa “la Gran Tradición”, o cuáles son las características del periodo de la práctica común. Sin embargo señalemos que aquello que extensivamente se denomina “Música Clásica”, que abarca las épocas conocidas como Barroco, Clasicismo y Romanticismo, conforma el gran ciclo que Piston denomina “periodo de la práctica común”. Creo que la propuesta de Ginastera es más amplia en el tiempo y permite incluir el Renacimiento, como antes inclusive la Edad Media, etapa en la cual, en el ámbito de la cultura eclesiástica, se gestaron técnicas y conceptos, que dieron el fundamento al gran proceso que  alcanzó su primer apogeo en el Renacimiento, con el alto desarrollo de la polifonía vocal.

El concepto de Ginastera, engloba toda la enorme producción de música, que de una u otra forma sigue las líneas del periodo de la práctica común, que se ha dado en el siglo XX y llega hasta nuestra época en pleno vigor. La tradición implica cambio y transformación, en tanto se mantiene una línea que le da coherencia y sentido a la evolución. Tradición significa reconocimiento de la memoria y los legados, como punto de partida para seguir ampliando los límites de la belleza musical, a los cuales se refería Claude Debussy, asombrado ante la partitura de “La Consagración de la Primavera” de Stravinski.

Dos fueron las actitudes básicas enfrentadas en el modernismo del siglo XX: El intento de mantener la tradición, y el intento de abolirla. Parece haber triunfado la primera, cuando muchos compositores están buscando una especie de reconciliación con el pasado.

Contra lo que supone el público poco informado, o aquel que supervalora el pasado, el siglo XX ha sido una de las épocas más fructíferas de la composición musical.  Si en el siglo XIX, los medios profesionales estaban circunscritos a unas cuantas ciudades europeas, y alguna que otra capital americana. Hoy este espacio ha crecido notablemente, e incluye ciudades de Sudamérica y Asia en las cuales ciento cincuenta años atrás era un insólito accidente la presencia de un compositor de obras sinfónicas. Si bien las crisis económicas y la ideología privatista neoliberal, han significado la desaparición de orquestas sinfónicas y compañías de ópera, estas siguen apareciendo adaptándose a las exigencias de los tiempos. La proliferación de orquestas sinfónicas juveniles, que tocan magníficamente bien, es un fenómeno mundial que sin duda va a ser cada vez más positivo para el desarrollo de la creatividad musical. 

A la creación musical contemporánea no le ha sido fácil, sin embargo, abrirse espacios. Las orquestas, las compañías de ópera, las sociedades filarmónicas, han tendido a actuar más como museo que como galería. El terror al fracaso de las taquillas, ha convertido en enemigos de los compositores contemporáneos a los del pasado. Había que luchar contra Haydn, Mozart, Beethoven, Tchaikovski o Wagner,  para ser programado. La insistencia en los compositores entre Mozart y Debussy, convirtió “la música contemporánea”  y “la música antigua” en manifestaciones de contracultura, que reaccionaban hasta en las formas externas, extra musicales,  contra la cultura oficial. Un ejemplo: el vestuario mismo de los instrumentistas, que por una u otra razón consideraban el frac o el smoking como un uso anacrónico sino reaccionario.  El público fiel y fanático de la música contemporánea rechazaba escuchar a los románticos. Los fanáticos de la vanguardia miraban con recelo cualquier obra que fuera tonal, por cierto los clásicos y los románticos eran fósiles o los difuntos que impedían la difusión de la nueva música. Y la “Nueva Música” resultaba agresiva y fea, ante la clásica y romántica, que era bella y reconfortante. Terrible, cuanto gravemente errada generalización. Pero por otro lado, muchos compositores de vanguardia, consideraban también que la “Nueva Música” era fea, e inclusive toleraban muy poco las obras de sus colegas. Y entre los compositores modernistas resultaba un descrédito y una claudicación gustar fácilmente, ser tolerado y aceptado por el público. 


Pero el público, sobre todo el de las últimas generaciones, ha asimilado todos los retos de la vanguardia, que no los sorprende acostumbrados a la música del cine o a las experiencias y propuestas agresivas del Rock o el Heavy Metal, por ejemplo. 

Los compositores postmodernistas procuran hoy reconciliarse con el público. Vender varias decenas de miles de CD'S no le cae mal a nadie.

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