En
Occidente, han crecido en paralelo la creación musical y la reflexión
filosófica sobre la música como arte, y la teoría de la percepción de la
belleza, específicamente de la belleza musical, que es el ámbito de la
Estética. A
partir del Renacimiento, se fue produciendo un reconocimiento social a la
capacidad creativa, individual y original, de los que inventaban la música.
Retomo aquí una idea de Igor Stravinski, que decía que prefería que lo llamaran
inventor de música antes que compositor. Pero el reconocimiento social del
talento, del genio, se fue alimentando, como también alimentó, el
reconocimiento personal del compositor sobre sí mismo y su capacidad de
convertirse en una voz original, que sin alejarse de la práctica común y de la
suerte de idioma musical colectivo, de su época y de su propio medio, le
permitían distinguirse.
En
el marco de esta dialéctica entre lo individual y lo colectivo, se fue
produciendo una cultura musical muy rica: con unas técnicas cada vez más
sofisticadas, con unas teorías compositivas – que siempre fueron posteriores a
la práctica - y con una estética que iba
abriéndose límites, dándole cada vez más libertad de expansión a la belleza
musical y al desarrollo del lenguaje.
El
compositor norteamericano Walter Piston (1894-1976), introdujo el concepto del “periodo de la
práctica común”, para denominar a la
gran cultura musical, “la Gran Tradición”, como la denominaba el compositor
argentino Alberto Ginastera (1916-1983),
que se produjo entre 1600 y 1900. Personalmente creo que habría que
ampliar los límites de este periodo, con
el inicio más en 1500 que en 1600, y con una extensión que llega al menos –
simbólicamente- hasta 1914, cuando la primera guerra mundial, la gran guerra
europea, desató una crisis latente de los valores culturales de Occidente y, en
el ámbito de la música, empezaron a manifestarse y crecer otras maneras de
producirla. Al margen de la gran
tradición, contra ella, o a partir de ella, Occidente empezó a reconocer que
existían distintas prácticas. Antes que hablar de la Música, se empezaba a
hablar de “las músicas”.
No
vamos a agotar en unas cuantas líneas que significa “la Gran Tradición”, o
cuáles son las características del periodo de la práctica común. Sin embargo
señalemos que aquello que extensivamente se denomina “Música Clásica”, que
abarca las épocas conocidas como Barroco, Clasicismo y Romanticismo, conforma
el gran ciclo que Piston denomina “periodo de la práctica común”. Creo que la
propuesta de Ginastera es más amplia en el tiempo y permite incluir el
Renacimiento, como antes inclusive la Edad Media, etapa en la cual, en el
ámbito de la cultura eclesiástica, se gestaron técnicas y conceptos, que dieron
el fundamento al gran proceso que alcanzó su primer apogeo en el Renacimiento, con el alto desarrollo de
la polifonía vocal.
El
concepto de Ginastera, engloba toda la enorme producción de música, que de una
u otra forma sigue las líneas del periodo de la práctica común, que se ha dado
en el siglo XX y llega hasta nuestra época en pleno vigor. La tradición implica
cambio y transformación, en tanto se mantiene una línea que le da coherencia y
sentido a la evolución. Tradición
significa reconocimiento de la memoria y los legados, como punto de partida
para seguir ampliando los límites de la belleza musical, a los cuales se
refería Claude Debussy, asombrado ante
la partitura de “La Consagración de la Primavera” de Stravinski.
Dos
fueron las actitudes básicas enfrentadas en el modernismo del siglo XX: El
intento de mantener la tradición, y el intento de abolirla. Parece haber
triunfado la primera, cuando muchos compositores están buscando una especie de
reconciliación con el pasado.
Contra
lo que supone el público poco informado, o aquel que supervalora el pasado, el
siglo XX ha sido una de las épocas más fructíferas de la composición
musical. Si en el siglo XIX, los medios
profesionales estaban circunscritos a unas cuantas ciudades europeas, y alguna
que otra capital americana. Hoy este espacio ha crecido notablemente, e incluye
ciudades de Sudamérica y Asia en las cuales ciento cincuenta años atrás era un
insólito accidente la presencia de un compositor de obras sinfónicas. Si bien
las crisis económicas y la ideología privatista neoliberal, han significado la
desaparición de orquestas sinfónicas y compañías de ópera, estas siguen
apareciendo adaptándose a las exigencias de los tiempos. La proliferación de
orquestas sinfónicas juveniles, que tocan magníficamente bien, es un fenómeno
mundial que sin duda va a ser cada vez más positivo para el desarrollo de la
creatividad musical.
A
la creación musical contemporánea no le ha sido fácil, sin embargo, abrirse
espacios. Las orquestas, las compañías de ópera, las sociedades filarmónicas,
han tendido a actuar más como museo que como galería. El terror al fracaso de
las taquillas, ha convertido en enemigos de los compositores contemporáneos a
los del pasado. Había que luchar contra Haydn, Mozart, Beethoven, Tchaikovski o
Wagner, para ser programado. La
insistencia en los compositores entre Mozart y Debussy, convirtió “la música
contemporánea” y “la música antigua” en
manifestaciones de contracultura, que reaccionaban hasta en las formas
externas, extra musicales, contra la
cultura oficial. Un ejemplo: el vestuario mismo de los instrumentistas, que por
una u otra razón consideraban el frac o el smoking como un uso anacrónico sino
reaccionario. El público fiel y fanático
de la música contemporánea rechazaba
escuchar a los románticos. Los fanáticos de la vanguardia miraban con recelo
cualquier obra que fuera tonal, por cierto los clásicos y los románticos eran
fósiles o los difuntos que impedían la difusión de la nueva música. Y
la “Nueva Música” resultaba agresiva y fea, ante la clásica y romántica, que
era bella y reconfortante. Terrible, cuanto gravemente errada generalización. Pero
por otro lado, muchos compositores de vanguardia, consideraban también que la “Nueva
Música” era fea, e inclusive toleraban muy poco las obras de sus colegas. Y entre
los compositores modernistas resultaba un descrédito y una claudicación gustar
fácilmente, ser tolerado y aceptado por el público.
Pero
el público, sobre todo el de las últimas generaciones, ha asimilado todos los
retos de la vanguardia, que no los sorprende acostumbrados a la música del cine
o a las experiencias y propuestas agresivas del Rock o el Heavy Metal, por
ejemplo.
Los compositores
postmodernistas procuran hoy reconciliarse con el público. Vender varias
decenas de miles de CD'S no le cae mal a nadie.
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